Después de llegar a Gijón en julio del 2008 decidí quedarme ahí a pasar el invierno, por una parte necesitaba hacer una serie de reparaciones, mejoras y trabajos en el barco de cara a nuevas travesías, y por otra parte necesitaba reponer mis fondos económicos, que después de más de medio año de viajes y peripecias habían quedado alarmantemente menguados.
Así que entre trabajar para ganar dinero, trabajar en el barco, y hacer algo de vida social, en Gijón se me pasó un año entero casi sin darme cuenta, en este tiempo hice muchas cosas y conocí a muchas personas nuevas, haciendo bueno el dicho de Eduardo Rejduch de La Mancha, según el cual: "Para viajar hay que saber estar parado". Pero de todas estas cosas hablaré en otra ocasión, más que nada porque me llevaría mucho tiempo y ahora no lo tengo.
En lo que se refiere a navegar con el barco, a parte de las típicas salidas domingueras y paseos con amigos por la bahía de Gijón, la única travesía que hice fue en septiembre de 2009, para ir a San Esteban de Pravia y volver otra vez a Gijón, el motivo fundamental fue el probar unas patas de varada que había construido, y ya de paso pintar el casco, cambiar ánodos de zinc, engrasar grifos de fondo... (el típico mantenimiento anual).
La travesía fue una cosa así, tanto para ir como para volver:
Como ya eran finales de septiembre no podía esperar por un tiempo perfecto, así que tuve que conformarme con un tiempo aceptable, y tanto a la ida como a la vuelta el viento fue suave, pero siempre venía más o menos de frente, con lo cual tuve que ir ciñendo todo el rato. El viaje son unas 30 millas en cada sentido, que se hacen tranquilamente de día en unas pocas horas, en este caso tardé unas 8 ó 9 horas, tanto a la ida como a la vuelta, por lo que comentaba antes del viento desfavorable.
A la ida me acompañó Elena, en esta foto estamos saliendo del puerto de Gijón, no había nada de viento al principio:
Una vez en San Esteban nos abarloamos al barco de Javier, un amigo mío, que tiene un yate de motor muy grande con el que pasea turistas en Cudillero durante el verano, lleva toda la vida trabajando en la Mar (también como pescador), y es a quien siempre consulto las dudas técnicas y logísticas, fue él quien me explicó como trabajar con la fibra de vidrio, así como muchas otras cosas; también me ayudó a encontrar un sitio donde varar el barco con la marea y así poder probar las patas de varada que había hecho.
Después de probar las patas de varada decidí sacar el barco del agua con la grúa, más que nada por comodidad, y porque realmente en San Esteban la grúa es barata (100 euros meter y sacar el barco), en Náutica Vázquez (que es la empresa que gestiona la grúa) me trataron muy bien, y me dejaron usar amablemente el baño durante todos los días que estuve trabajando en el varadero, así como el agua, la electricidad y la máquina de agua a presión para limpiar el casco antes de pintar.
En esta foto se aprecia la bonita vista que había desde el varadero, San Esteban de Pravia es un sitio muy tranquilo y apacible, con los comercios justos para no echar de menos la ciudad, la gente fue toda muy amable y simpática, al ser un sitio pequeño todo el mundo está deseando saber quien eres, de donde vienes, a donde vas...
Es un puerto bien resguardado, aunque la entrada es fastidiada, hay que entrar con la marea alta y subiendo, y con un poco de mal tiempo es fácil que rompan las olas en la entrada y no se pueda entrar ni salir, por lo demás un sitio muy recomendable.
Gracias a Dios, este año sólo tuve que hacer el mantenimiento rutinario (el anterior tuve muchos quebraderos de cabeza), el tiempo fue inmejorable (Sol radiante y viento), y en 7 días había terminado de pintar el casco, revisar el timón, engrasar los grifos de fondo, cambiar los ánodos de zinc, calibrar el piloto de viento... y hasta me dio tiempo de dar un par de capas de barniz a las maderas de la borda (se hace mucho más cómodamente y rápido con el barco fuera del agua).
Así pues, al cabo de algo menos de 2 semanas ya estaba otra vez con el barco en el agua y listo para zarpar, decidí volver a Gijón, más que nada porque ya tenía el puerto pagado hasta el 1 de enero, y ya era tarde para pensar en nuevas travesías (al menos con buen tiempo), así que me tuve que conformar con pasar otro invierno más en Gijón; por un lado me viene bien, porque todavía tengo muchos preparativos y cosas pendientes que hacerle al barco antes de dejar atrás la Península Ibérica, pero por otro lado se me hace un poco cuesta arriba, porque en Gijón las cosas me resultan cada vez más monótonas y aburridas...
El viaje de vuelta lo tuve que hacer en solitario, porque Elena estaba pachucha con una especie de catarro crónico, fue mi primera travesía en solitario, y aunque al principio no me hacía mucha gracia la idea, el caso es que a base de prepararlo todo concienzudamente las cosas fueron muy bien y no tuve el menor percance, de hecho pasé la mayor parte del viaje tumbado al Sol en la bañera comiendo y durmiendo (cada 10 ó 15 minutos echaba un vistazo).
Llegué a Gijón casi al anochecer, y ahí estaban esperándome Elena y mi madre para ayudarme a atracar el barco, de paso sacaron algunas fotos desde el dique, en esta se me ve justo en la entrada del puerto, con las chimeneas de Aboño en el horizonte: